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Bienvenido, Mister Chuchesh

Tim Schafer rescata España con la recaudación de su campaña de Kickstarter e invierte en bonos de Nueva Rumasa

# Publicado el por Aventura y CÍA 8

Puede que Tim Schafer no sea Dios. O puede que sí. «De según cómo se mire todo depende», que dijo el poeta barcelonés (y aun ínclito español) Pau Donés y que ha venido siendo la máxima del gobierno de Mariano Rajoy durante este recién cumplido año de mandato. La cosa es que cuando todo parecía perdido, cuando las aciagas brumas de la recesión eterna y la sombra del rescate se cernían sobre un 2013 que se auguraba poco menos que apocalíptico, contra todo pronóstico ha llegado la luz.

Como es bien sabido, Tim Schafer y su equipo de Double Fine se hicieron con una buena suma de millones en Kickstarter, con la promesa de una aventura gráfica de la que aún no tenemos noticia. Pues bien, esa aventura parece que se va a hacer realidad, pero no de la manera que imaginábamos. Así nos lo cuenta él: «La verdad es que no estaba muy motivado, con Ron en coma el proyecto se me escapaba de las manos. Tenía millones de dólares en el bolsillo, el dinero no hacía más que subir y subir, decenas de miles de personas habían depositado su confianza en mí por medio de sus pequeñas aportaciones… No tenía más alternativa que ir a relajarme a algún antro e invertir en relax para no decepcionar a toda esa gente llena de ilusión».

Y así fue como tuvo contacto con los máximos próceres de la política internacional española. En su periplo concupiscente, Schafer acabó en un local nocturno de Nueva York. «Después de unas cervezas tuve que ir a evacuar. Para mi desgracia —relata Schafer—, encontré que el bar tenía uno de estos urinarios que son como abrevaderos, y con una mano sobre la pared había un tipo vestido de ejecutivo, con el pelo alborotado, concentrado en la micción. Yo hice lo propio contemplando el azulejo teselado con la mayor de las discreciones posibles, y aquel hombre dirigió su chorro con campechanía hacia la pastilla de ambientador. “Play! Play with the ball!”, exclamó. Yo pensé que aquello era una invitación un tanto desorientada, pero de inmediato me di cuenta, por su paupérrimo léxico, de que era extranjero, de los que no hablan inglés, ni mucho menos inglés de los Estados Unidos».

Tras un improvisado partido de soccer con la bolita de desinfectante del baño, Schafer y el enigmático desconocido entablaron una suerte de amistad. «Fue divertido ver con qué pasión se tomaba aquello —continúa el diseñador—; luego me explicó que en su país era el deporte rey. En fin… el curling me parecía raro, pero eso se lleva la palma. Yo, que como sabéis me gustan las cosas raras, le dije: “esto lo pondré en mi próximo videojuego”. Y así le empecé a contar un poco a lo que me dedicaba, y esas cosas que hacen los caballeros en los servicios… mientras se lavan las manos».

Pero lo que podía haber sido una conversación inocente pasó a tener un matiz de lazos emocionales: «Yo ya me iba cuando el misterioso desconocido se fue a una de las cabinas del retrete —prosigue Schafer—, cerró y, para mi extrañeza, oí como al poco sorbía una nariz y luego una respiración entrecortada. Estaba claro que estaba llorando: ¿a qué otra cosa se encierra alguien en un baño? Esperé a que saliese, y momentos después me dijo que era jefe de no sé qué gabinete del Gobierno de España, ese país del que todo el mundo habla, hasta Obama».

A Tim le conmocionó la historia. «Es difícil ver las cosas desde la grada —confiesa—, pero cuando tienes contacto directo, hay que ser un monstruo para no sentir algo adentro. Todas esas historias de bancos que no pueden sostenerse, de empresas que no crecían y que casi no podían ni echar al sobrante de mano de obra superflua para descentralizar y seguir haciendo negocio, todo el drama de una sociedad incomprensiva que había estado viviendo durante décadas por encima de sus posibilidades se veían en los ojos inyectados de sangre de aquel hombre y en su temblorosa mandíbula». Schafer se vio en una extraña encrucijada con su nuevo amigo: «Me dijo “you are a one uncle of bitch mother”, algo que no acabé de entender, y me apremió a que conociera a su jefe. No pude negarme, y a trompicones me llevó a un reservado donde traslucía una silueta fumando un puro. Empecé a creer que aquello no era buena idea y de repente me vino a la cabeza lo que me decía mi madre sobre hablar con desconocidos, pero cuando el humo se disipó vi esbozar la honestidad hecha sonrisa sobre un regio mentón de Austria. Había ahí porte de mandatario, y me sentí cómplice con un sólo guiño de su ojo… los otros tres que siguieron y la contracción espástica de su gesto quizá no llegue a entenderlos jamás. El lenguaje corporal es insondable».

En aquel íntimo lugar, Schafer tomó asiento y, esperando una reacción, se limitó a aguardar las palabras de su egregio interlocutor. «Es sorprendente —asegura—, me miraba, sonreía y asentía, solamente eso, sin mediar palabra. Era como estar ante un lama de barba plateada que te escruta para ver más allá, en tu interior. Me sentí inspirado». Ante aquel cruce de miradas, el hombre del baño decidió intervenir, y presentó a Schafer. «Le susurró algo al oído y acto seguido me devolvió la mirada y me dijo: “Oh! Tin Chuchesh! Yesh!”. Me abrumó; sé que tengo reconocimiento internacional, pero ¿tanto?». Pues sí, en España conocemos a los valedores de la creatividad y del emprendimiento, y eso es algo que Tim Schafer valora por encima de todo. «Me invitaron a un vino y a un puro —narra con emoción—. Yo no fumo y el vino me pone muy tonto, así que quizás fue por eso por lo que los recuerdos se dispersan poco después de que entabláramos conversación. Sólo recuerdo que me dijo: “You are very money, no?”. Y poco después me desperté en un avión Falcon cruzando el Atlántico, con el Toisón de Oro al cuello y un papel que me acreditaba como hijo predilecto del Reino de España. ¡Nada menos!».

El viaje a nuestro país fue revelador para Tim. «El agasajo me emocionó, me sentí honrado —rememora—, aunque tras tres horas de viaje el hombre peculiar no dejaba de mirarme, sonreír, asentir y decir en susurros: “Chuchesh, yesh”. Sinceramente, me empecé a asustar. Me dijeron que antes de llegar al destino íbamos a hacer escala en Galicia, una provincia del Reino o un estado o una comarca, da igual». El relato de Schafer se vuelve kafkiano por momentos: «Vuestro líder me dijo “vamosh a comer una ración de pulpiño, que verash tú”, e hizo un gesto llevándose los dedos a la boca, como besándoselos. Desde el primer momento todo aquello me pareció algo extraño, ese gesto no hizo más que acrecentar mis reticencias, pero oye… ¿quién puede sospechar nada malo de una persona tan austera que viste un traje que le queda pequeño? No puede ser mala gente». La revelación llegó más adelante: «Mi colega de juegos en el baño hizo de intérprete ante mi extrañeza: “Pulpo… ¡Pulpo, hombre! ¡Oztopus!”. Se me heló la sangre —afirma—, conozco la fama de los cefalópodos por estas tierras y yo ya conozco el secreto de Monkey Island; entré en pánico, de repente me vi en un avión en tierra de hostiles octópodos y me sentí como en Psychonauts, presa de mi propia creación. Era delirante, me desmayé, y después de aquello recuerdo cómo me abanicaban de camino a Madrid con una revista en la que salía una señorita con un extraño cruce de piernas. Los allí presentes exclamaban improperios aguardentosos y se daban codazos. “¡Es la Vice! ¡La Vice! Si es que levanta a un muerto, ya te lo dije”. Pero más que la estampa lo que me despertó fue el rancio aroma que desprendía la revista, que a juzgar por el grosor de sus páginas había estado largo tiempo en el baño del avión presidencial».

Ya era demasiado tarde para echarse atrás, y es bien sabida la fama de los estadounidenses por no retirase incluso en las condiciones menos favorables, así que Schafer hizo acopio de fuerzas y decidió llegar hasta el final: «Tenía convocada una rueda de prensa con el hombre de la barba, y después iba a ir a ver un partido del deporte rey con él, de la Selección Española. Digamos que mi curiosidad por ver a veinticuatro hombres jugando con una pelotita de ambientador con sus meadas tenía un límite, pero al parecer al líder le entusiasmaba, así que acepté la oferta con la condición de que antes me dijesen de qué iba la rueda de prensa». Le contestaron con celeridad: «¡Eso es igual, ya saldrá en el BOE!».

Pero Schafer, con la mosca detrás de la oreja, indagó hasta que llegó al meollo del asunto: «Por lo visto han hecho mal las cuentas. Creen que tengo cuatro billones de euros en lugar de cuatro millones de dólares. Vale que en inglés los billones son diferentes, pero… bueno, por lo visto estos errores son comunes en España, aunque la culpa es siempre de Zapatero. No, no sé quién es». Los malentendidos idiomáticos no acaban ahí: «Cuando dije computer games no me entendieron, así que intenté ser un poco más afable y dije “machine game”. Creo que piensan que tengo un emporio de máquinas tragaperras, y me ofrecieron unos cuantos decretos-ley. Intenté explicárselo por mímica, vi un iPad cogiendo polvo sobre un asiento y se lo señalé; el de la barba lo cogió y me dijo: “Yesh, iPad! Ish for thish… no?”. Y se rascó el ano él. Creo que las nuevas tecnologías no son lo suyo… y la mímica tampoco».

Esperanzado ante el futuro que le espera como accionista mayoritario de una nación tan bien gestionada, Schafer sigue apechugando: «Bueno, yo no quería esto, pero ya puestos creo que haré una serie de inversiones en esta gran nación de naciones —le sale el orgullo patrio—. Me han dicho que hay mucha costa por edificar y que a los alemanes les gusta mucho, y si tienen para producir aventuras gráficas seguro que también tienen para comprarse un par de chalets en el sur. Tengo pensando también hacer inversiones de alto riesgo en sanidad; dicen que es un sector que no interesa, pero que lo mismo te aparece un Jaguar en el garaje si te lo montas bien. Por otro lado, para apoyar a la industria autóctona me han dicho que se pueden comprar bonos de una empresa de repostería y cosas de comer que tiene una abejita en el logotipo, y a mí eso me hace mucha gracia. Además es garantía, porque los más grandes empresarios de este país depositaron su confianza en ella y no les fue mal. Y, por supuesto, y eso ante todo, amigos españoles, para el 2013 os garantizo una aventura en cada casa: hay que recuperar la confianza de los mercados en la aventura gráfica».

Para terminar, nos adelanta su proyecto: «Seguro que conocéis aquel clásico atemporal de vuestro cuño llamado Agapito’s Crazy Adventure, ¿eh? Pues no diré más, pero ¡mi versión empieza por M!».

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Comentarios

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8 comentarios.

Orden: Ascendente | Descendente

8
# Publicado el 28.12.2012 a las 20:12:57 por arrakis

Jajajaja muy bueno

Y de paso que vaya bien el próximo año 2013!!!

7
# Publicado el 28.12.2012 a las 17:15:26 por Anónimo

Fantástica broma xD… lo triste es que si viniese con todo ese dinero, a parte de darle la nacionalidad, le nombraban ciudadano del año xDDDD

6
# Publicado el 28.12.2012 a las 16:22:10 por Xabyer_B

Muy buena inocentada. Me he hartado de reir, saludos.

5
# Publicado el 28.12.2012 a las 15:39:43 por Germen

No, lo de estar meando en un lavabo-abrevadero y que un orondo barbudo (al que posteriormente apodamos "primo Balin") me invitase a jugar con él a empujar la pastilla con el chorro de orina, usando la alegre y etílica expresión que citan en la noticia: "Play with the ball! Play with the ball!".

4
# Publicado el 28.12.2012 a las 15:17:39 por ruekov

Germen: ¿El que confundan el curling con el fútbol?

3
# Publicado el 28.12.2012 a las 15:13:43 por Germen

Os parecerá coña, pero la anécdota del desinfectante está basada en una experiencia personal que me sucedió a mí en los lavabos de un antro alemán durante una de nuestras escapadas a la Game Convention de Leipzig

2
# Publicado el 28.12.2012 a las 15:13:17 por ruekov

Plas, plas.

A todo esto, llamadle tonto a Schafer, pero seguro que hará provecho de los brandys y cajas de chocolatinas que avalaban a los pagarés de Rumasa.

1
# Publicado el 28.12.2012 a las 15:10:34 por Anónimo

Me rajo vivo

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