Entusiasma el enorme derroche de imaginación desplegado por sus desarrolladores. Sin apenas temblarles el pulso, enfrentan a su descarado pirata (el control recae en Zack) con situaciones de lo más variopintas: tendrá que pescar, tocar una flauta, taladrar, mover poleas, acunar bebés, jugar al tenis o tirar de argollas… y todo exigirá del jugador una creíble actuación en función de la circunstancia. Si la situación demanda tirar un jarrón desde una altura elevada, o jalar una cadena, éste deberá hacer el movimiento pertinente con el sensible wiimote (el mando de la consola interactiva de Nintendo).

Pero hay más: el mando no es un impávido convidado de piedra, sino una herramienta viva que es mucho más que llave para la resolución de los puzzles. Por ejemplo: Wiki, lejos de ser un incordio volante, se transformará en campana cada vez que el mando se agite, convirtiendo a ciertos enemigos en descacharrantes objetos (un ciempiés, en sierra; un topo, en taladro; una serpiente, en tenazas; un murciélago, en paraguas…) que servirán para salir airoso. Incluso, en un momento muy avanzado del juego, coincidente con su mejor etapa, el mando hará las veces de teléfono, desde el cual podremos escuchar unas indicaciones necesarias para la resolución de un magnífico desafío.

El genial uso del mando se alía con un apabullante desarrollo conceptual de las distintas fases que componen Zack & Wiki. Los vastos escenarios troquelados —que recuerdan, a veces, a esos libros que nos regalaban cuando aún no disponíamos de las mínimas nociones lectoras— se comportan como engranajes meticulosos e inteligentes cuya admirable comprensión deja un exquisito regusto en el ánimo del jugador, incitándole a volver a disfrutarlos del tirón, por su deliciosa concepción o, simplemente, por expreso deseo de superación personal.

Porque cada fase conlleva aparejada una puntuación mínima que hace escalar, peldaño a peldaño, la empinada montaña de la gloria. La realización de una acción correcta es premiada con un puntaje que va reduciéndose, proporcionalmente, conforme al grado de tentativas, o de pistas utilizadas (éstas pueden emplearse en cualquier momento, previa compra de las mismas en el bazar de la «abuelita», suerte de pitonisa que ofrece su sabiduría al mejor postor), de forma que el jugador sí va viéndose recompensado con cada nuevo paso que da. Por si esto fuera poco, el juego contiene una buena cantidad de secretos ocultos, ya sea en forma de personajes memorables del «staff Capcom», ya en forma de melodías (por citar sólo dos casos), cuyo descubrimiento henchirá de orgullo al sagaz usuario.

La trama no es un prodigio de originalidad (si nos queremos mostrar muy puntillosos, será aquí donde hallemos el principal defecto del juego), pero tampoco es un inconveniente, dado que Zack & Wiki prima otros aspectos. Eso sí, aunque tópica, está lo suficientemente cuidada, zambulle al jugador en acontecimientos tan divertidos, como para olvidarse benévolamente de ella al descubrir, desde el principio, que actúa al rebufo de unos puzles y de una jugabilidad soberbia.

Los personajes están cortados según los patrones del teatro Kabuki, esto es, aparecen estereotipados, marcándose en ellos un rasgo muy concreto: Zack es el héroe victorioso; Wiki, el amigo; la Capitana, cumple el papel de amada «platónica» (la rivalidad entre el protagonista y esta villana es más bien una relación de amor/odio); Johnny Styles es el bufón, cuyas recurrentes apariciones hacen estallar en carcajadas; Barbaros, el villano que no busca otra cosa que la destrucción del héroe y de su felicidad…

Conclusión

Como reza el rótulo que encabeza estas líneas, Zack & Wiki es una magnífica extravagancia, un juego inclasificable al que el lema de «una partida vale más que mil palabras» (y aquí ya llevamos varios miles) se ajusta a la perfección, una cita puntual e indispensable para todos los amantes de las aventuras y de los juegos bien hechos. La infinidad de los retos planteados y su fácil y lógica resolución lo hacen asequible para toda clase de público, sin prejuicio de su edad o su habilidad.

Un último apunte: aunque las merece con creces, se queda a las puertas de las cinco estrellas por el temor a represalias por parte de los más puristas, solitarios y enconados posibles detractores de esta pequeña obra maestra.

Quizás hubiese sido demasiado sacrílego sentarle en un trono adornado, desde hace demasiado tiempo, con telarañas.

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