Huelga decir que muchos, cuando no todos, rompen el ritmo ágil de la narración. Poco importa que sean obvios, sencillos y que, en algunos casos, estén bien introducidos (no es el caso del reloj de Shana, perfectamente legítimo pero psicodélico en su resolución): no dejan por ello de lastrar el juego, alargarlo y provocar hastío. Tampoco es agradable constatar, siquiera de forma nimia, un cierto pixel-hunting, al que se le resta importancia acudiendo al fácil recurso de mostrar los puntos calientes: ese fallo no tendría que existir, y lo demás son excusas.

El guión, como no podría ser de otra manera en un título con tan sólida base literaria, es una bonita alegoría, potente en el trazado de los personajes (como atestigua Loucaux), en el sostenimiento del universo creado y en la firmeza de los diálogos. Rico en sugerencias (sobre todo en las descripciones), metáforas y elipsis, va ganando enteros conforme se aproxima al final (ojo con los créditos). Lega para la galería capítulos prodigiosos, de un lirismo sobrecogedor que ya quisieran lograr los japoneses. La isla de Kalida o Corona, son, por ejemplo, microuniversos palpitantes, llenos de vida, en los se puede percibir la desesperanza y la desgarradora vitalidad de sus habitantes. La capital del reino —Corona— es, además, la apoteosis, tanto de las virtudes narrativas, como de los defectos de esos puzzles demenciales. Buena prueba de las ventajas del libreto es la negativa explícita de Sadwick a pasar por recadero, superando con mofa uno de los vicios comunes al género en la actualidad.

Digno de mención, por característico y crucial en la aventura, es Spot, el inseparable y leal compañero del héroe que nos recuerda, aunque no haya sido tomado como referencia, al Blob del mítico juego de David Crane para la primitiva NES Bob and His Blob (recientemente adaptado, para disfrute de las generaciones más jóvenes, en Wii). Su papel es parecido, aunque sin tanto delirio, al de Flux Tarambana en Toonstruck: es decir, nos sigue adonde vayamos para que le utilicemos cuando la ocasión lo exija. La oruga puede adoptar cinco formas distintas que deben combinarse para llegar hasta el final. Su uso, sin embargo, no es siempre coherente, especialmente en aquella parte en la que Sadwick contraviene, con una actitud que sólo puede definirse como caprichosa, todas sus atenciones por el bienestar de su amigo. Spot es seguramente la mejor idea de los desarrolladores, pero su callada y discreta presencia, mal gestionada y también resuelta, hace que nos olvidemos de él mucho más de lo que deberíamos. La magnitud del problema, más que del error, reside en el hecho de que tiene una importancia capital en la resolución de muchos puzzles.

Técnicamente, el título luce con esplendor. El apartado sonoro quizás sea el único incontestablemente perfecto de toda la aventura: la banda sonora, y muy particularmente la pieza principal, es inolvidable y va apoyando sensacionalmente no sólo a la acción sino también al propio ánimo de Sadwick y del mundo en el que se mueve. Muy destacable es el gran trabajo realizado en materia de doblaje: la dirección es exquisita, cinematográfica, y las voces que se escuchan son tan apropiadas que cuesta imaginarse a los personajes hablando de otra manera. Estas voces contribuyen bastante a que tengamos la impresión de estar ante una película de dibujos animados bien hecha, en la que profesionales han cedido sus dicciones y tonos para insuflar vida y carácter a los personajes. Concretamente, y al contrario de lo que pueda parecer en un principio, Sadwick suena muy bien: el timbre atiplado, continuamente temeroso e inseguro de su voz, es uno de los mayores aciertos empáticos de todo The Whispered World.

Sin duda estamos ante una de las aventuras más bonitas que han recalado en los últimos años. La notable personalidad de sus coloristas escenarios y el (a ratos inspirado) diseño y acabado de los personajes nos permiten suponer que en la plantilla de Daedalic hay buenísimos ilustradores. La compañía, no obstante, tendría dificultades como estudio de animación, a pesar de su deuda evidente con Ghibli, a tenor de los toscos (faltan algunos fotogramas) movimientos de los vistosos personajes. Es más, la carencia de animaciones básicas, independientes de las gestuales que sí rinden a un buen nivel, desmerece un producto tan cuidado estéticamente. Son los riesgos que tiene trabajar con las costosísimas dos dimensiones: hay que buscar toda clase de tretas para que no se dispare el presupuesto, aun con resultados tan cuestionables como los que tenemos que sufrir cada vez que Sadwick utiliza un objeto, acción que nos consta porque él se dedica a comentárnosla y porque observamos a posteriori sus efectos. Los vídeos tampoco salen bien parados, porque su factura es incongruente con la estética in-game.

Conclusión

The Whispered World es una aventura absolutamente fascinante desde el punto de vista narrativo y técnico —muy a destacar su apartado sonoro— y también una más que aceptable carta de presentación (en España, donde no hay noticias de que vayamos a recibir su primeriza Edna & Harvey) de Daedalic, un estudio que dará que hablar en los próximos años. Daedalic, de hecho, demuestra maneras en su conocimiento del género pero no termina de comprenderlo, a juzgar por el planteamiento de ciertos puzzles, quizás por su intoxicación por años y años de reiteradas medianías y por su exposición a una industria alemana que ha hecho un flaco favor al sector cada vez que lo ha tanteado.

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