Nada hay que el ingenio no sea capaz de resolver al aliarse con la imaginación, incluso (o principalmente) en los momentos en los que un cronómetro nos apremia para solucionar los problemas planteados. Es cierto, para qué negarlo, que existen guiños evidentes a situaciones vistas en otros casos, como pasa con la escuela de reciclaje de villanos (que recuerda a la de La fuga de Monkey Island) o con el teatro donde se celebra un concurso de talentos (que guarda analogías con The Curse of Monkey Island y El Día del Tentáculo), pero estos guiños son meros moldes desde los que se forjan puzzles autóctonos. Son, si se quiere, reinvenciones chispeantes de hitos de la aventura que enriquecen la discreta elegancia y la sólida cohesión del conjunto. Porque como pasa en los mejores ejemplos que podamos dar, en Ceville no sucede absolutamente nada que sea gratuito o que lo parezca: el tejido de sus partes es fuerte y responde de forma excelente a la labor realizada a la hora de plasmar el diseño. Así, es inevitable que se produzca la apoteosis, en el tercer capítulo, de los puzzles de cooperación marca de la casa con una gallarda versión de lo que puede dar de sí una triple colaboración para lograr un objetivo común.

El guión, como ya se supondrá por todo lo dicho, es ligero, sin complicaciones ni sobresaltos, está bien estructurado y socarronamente contado. La profusión de rosas en los decorados o en los personajes ataca a la vista; rosas son también las personalidades, aunque la de Ceville sea de un matiz más oscuro, quizás porque la bilis de sus pullas es muy ácida. Ello no es óbice para que se conduzca, como el restante elenco de actores de la función, de manera estereotipada y previsible. Sin embargo, ni el estereotipo ni la previsibilidad son defectos sino fines: buscan plantar una larga y perenne sonrisa y divertir ampliamente.

En Ceville existen, en cualquier caso, sombras mucho más alargadas que las gráficas. Los tiempos de carga son inacabables. En los mensajes que las acompañan, desgraciadamente muy habituales, los de RealmForge no dudan en reírse de la larga espera a la que se somete al jugador: buen ejemplo de las excelencias humorísticas del título y, a la vez, reconocimiento incontestable del fracaso en el empleo del motor Ogre, cuya mejor rentabilización quizás podría haber subsanado estos eternos pestiños. Tampoco dicen mucho de su solvencia técnica los errores de distinto cuño que se contabilizan durante su extensión; errores que, si no nos llevan de sopetón de regreso al escritorio, se materializan bajo la forma de enloquecidos requiebros gráficos de horrible gusto para la vista. Ni ayuda que, en ocasiones, el lugar en el que debería estar el nombre de un objeto en un paraje se haya desplazado tanto que sea necesaria la activación de los puntos calientes para encontrarlo como tampoco que unos personajes pasen por encima de otros.

Los usuarios no han podido recibir a Ceville, una de las más notables aventuras de la última aciaga década, con la satisfacción que merece: el desinterés de Kalypso la relegó a fondo de catálogo, y el desconocimiento ha dado como resultado que sólo esté en inglés (y en alemán, obviamente, su idioma materno). Al menos, el doblaje es excelente, con una buena dirección y una mejor interpretación que envidiaremos los hispanohablantes, acostumbrados a padecer la desidia o la cutrez general de los juegos doblados, cuando se doblan, que pueblan nuestro mercado. Lástima que algunos efectos, como esos pasos que parecen castañuelas, no se encuentren al mismo nivel que el doblaje. Eso sí, la música, en especial su pieza principal, encaja estupendamente con el tono de parodia que destila el juego.

Conclusión

Sobresaliente en las cuestiones consideradas menores por los desarrolladores de hoy en día (diseño, humor y narración) y con carencias, algunas de ellas graves, en las de presunto primer orden, Ceville se eleva con todo merecimiento por encima de la espesura global en que está sumido el género para desacreditar a quienes opinaban que ya no tiene nada, o casi nada, que ofrecer. La novedad no reside sólo en la renovación de ideas, sino en las ganas, en la voluntad y en la imaginación, tres aspectos en los que el solitario hijo de RealmForge no encuentra competidor ni aún proponiéndoselo.

Es una lástima de verdad que esté íntegramente en inglés, tanto hablado como escrito, por culpa de la ceguera y el desprecio de las distribuidoras españolas, que no se han dado cuenta de que esta es una de las escasas aventuras alumbradas durante la última década dignas de jugarse y de recomendarse. Pero es más dramático aún que la ceguera de Kalypso, una productora que no se ha esforzado mucho con el título, vaya a impedir, con casi toda probabilidad, más aventuras por parte de un estudio que ha dado muestras clamorosas de estar enamorado del género. Malos (o quizás significativos) tiempos para la lírica.

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