Estos test, a todos los efectos tutoriales para gente sin capacidad de correlación, se introducen, seguramente, para garantizar una mayor participación del jugador. En ese caso, visto cómo se implantan, son un fracaso estrepitoso.

El paternalismo que ejercen Nintendo y Cing acaba resultando abyecto. La tutela excesiva con la que sobreprotegen a sus jugadores del acto de pensar es, como ya hemos dicho, facciosa; las pequeñas recompensas que ofrece a «su» público, nauseabundas. Si al jugador occidental ya le cuesta bastante de por sí, por sus reiterados fallos, empatizar con Another Code: R, lo tiene todavía más difícil al encontrarse con señuelos diseñados presuntamente para despertar su interés. Que las obsesiones de los personajes giren en torno a grupos de música y tecnología punta sería respetable si no contaminasen la trama. Y si no alienasen al jugador, por supuesto. Hay tal choque de culturas en Another Code: R que lo que para unos —público japonés— son distracciones, para otros —público restante— acaban siendo interrupciones. La trama se atasca de esta forma por inercia, y sólo las tramposas e insoportables apariciones de los personajes de turno la hacen avanzar a trompicones. Tan a menudo se producen dichas apariciones que prácticamente la única diversión del título consiste en apostar quién va a ser el siguiente en aproximársenos.

La batalla del guión no es la única perdida, sin embargo: si nos ponemos a analizar el diseño, nos topamos con otro despropósito de proporciones colosales. Nintendo no ha sabido nunca de aventuras gráficas, y Cing, visto lo visto, apenas: se incurre en tal cantidad de fallos a lo largo de este juego que el término aventura acaba siendo un mero convencionalismo, por la flagrante inexistencia de una definición más certera para este Another Code: R. Objetos que se acumulan en el inventario casi sin finalidad práctica; una Ashley convertida en recadera de toda una ristra de perezosos sujetos que deberían tener una motivación firme, y no capciosa, para encomendarnos tareas, si el guión hubiese estado escrito como demandaba la ocasión; la propensión de la protagonista por recoger objetos sólo cuando les ha encontrado una utilidad… Muchas aventuras anteriores a ésta se han estigmatizado por menos defectos.

¡Y qué decir de los puzzles! Contorsionar la muñeca con el Wiimote para ir descerrajando puertas a base de desencriptar contraseñas (con esa ocurrencia penosa que es el TAS) o para crear una figura en un caleidoscopio (?) o, incluso, para mover una caja de música con el aspecto de un cubo de Rubik no genera puzzles siquiera aceptables en una consola que hace de la interactividad bandera. En vez de narcotizar las posibilidades interactivas de la Wii de una manera tan dramática, los señores de Cing deberían haber tomado nota del derroche imaginativo de esa perlita llamada Zack & Wiki: En busca del tesoro de Barbaros, monumento jugable que exprime hasta el límite las capacidades del soporte para el que se ha creado.

Pero, incluso en la confección de los puzzles/minijuegos hay pereza. Cing no podría haber diseñado unos desafíos más tediosos ni aún proponiéndoselo. Palabra que lo del control no tiene nombre: choca tanto un manejo tan poco dinámico en una consola que se caracteriza precisamente por su dinamismo, que merece, en contra de lo habitual, unas cuantas líneas críticas. Ashley no se desplaza por los escenarios mediante un golpe de puntero, sino que se obliga al jugador a aporrear continuamente una tecla para moverla en cada uno de los tramos en los que se dividen estos escenarios. Como consecuencia de ello, y de la total ausencia de un mapa que permita el traslado rápido hacia una ubicación concreta (porque mapa, lo que se dice mapa, hay, pero es un GPS para que el potencial público infantil no se pierda al doblar una esquina), acabamos hartos de aporrear el botón de marras. Pero tranquilos, porque puede ser —y, en efecto, es— peor: también hay que aporrear un botón (el mismo exacto de las caminatas) para pasar los soliloquios inagotables.

Técnicamente, tampoco es ninguna maravilla. Música repetitiva y tediosa y fondos bonitos, pero insulsos, de un lado, y personajes de estética manga calcados entre sí, de otro, son las limitadas bondades de los apartados gráfico y sonoro, en los que hay puesta mucha ambición pero en verdad poca concreción. El efecto de hacer de los personajes figuras de papel con algún movimiento de cámara (los desarrolladores de Cing dilapidan el presupuesto buscando emular a directores de cine), está francamente bien en juegos tan estupendos como el Paper Mario de GameCube; aquí, no obstante, son un ejemplo de poco «saber hacer» preocupante.

Conclusión

Another Code: R - Más allá de la memoria es una aventura odiosa, soporífera, sin ningún aliciente ni talento. En circunstancias normales, una aventura de una calidad tan ínfima se habría movido por unos circuitos medio marginales pero, hasta en eso, Another Code: R es excepcional, ya que cuenta con el mecenazgo de una Nintendo que ha asimilado a Cing como su estudio aventurero por excelencia. Si los próximos títulos que pongan en marcha los japoneses de Cing van a ser como éste, Nintendo debería ahorrarse el esfuerzo de situarlos en el mercado.

Mucho nos tememos que la gigante japonesa, en su desconocimiento y su interés puramente coyuntural por el género, haya quedado más que satisfecha del resultado. Nosotros no, y por eso nos aferramos a esa tabla de salvación que ejemplifica Zack & Wiki, y no simplemente por soberbia, sino, principalmente, por haber captado hasta los tuétanos, con una entidad propia y sin tanta pretenciosidad estridente, la esencia de lo que debe ser una aventura gráfica. Eso que se le escapa a Nintendo-Cing.

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