Crónicas sobre el asfalto
Título: Full Throttle (1995)
Desarrolladora: LucasArts
Distribuidora: Activision, Erbe Software
Lanzamiento: 1995 / Reedición el 12 de Mayo de 2006
Especificaciones (mínimo recomendado):
# Publicado el por Edorta Trinidad
Introducción
1995. LucasArts en su máximo esplendor. A sus espaldas juegos de la talla de Indiana Jones and the Fate of Atlantis, la saga Monkey Island y la continuación de Maniac Mansion: Day of the Tentacle. En esta nueva obra, los americanos decidieron cambiar el registro: basta de historias bonitas y de personajes entrañables fácilmente identificables con el público. Tim Schafer, al igual que en el mentado Day of the Tentacle (siendo éste su anterior proyecto, el siguiente sería el mítico Grim Fandango), se puso al mando de esta aventura en la que los moteros sustituyen a los arqueólogos y los terrenos polvorientos sustituyen a los mares del Caribe.
Argumento
En Full Throttle encarnamos a Ben, un aguerrido motero que es el líder de la banda de los Polecats. Ben recibe una tentadora propuesta por parte del dueño de la Corley Motors, última compañía de motos del país, propuesta que rehúsa. Aún así, Ripburger, vicepresidente de la Corley, le hace una oferta que no puede rechazar.
Ben se despierta en un contenedor intentando comprender el porqué de su situación. Después de interpelar a Quohog, amable barman él, y de pedirle con todas las buenas maneras las llaves, nuestro protagonista descubre que su banda está a punto de verse involucrada en una emboscada. Cogemos la moto y nos dirigimos por esas carreteras infernales con una sola palabra en la mente: venganza. Por desgracia será otro nombre el que se lleve como recuerdo de su aventura: Maureen. Pero Ben no está para ligoteos…
Comentario
Full Throttle apareció en medio de la vorágine de las aventuras. LucasArts y Sierra mandaban y sacaban juegos de gran calado cada dos por tres. Quizás por eso a Full Throttle no se le ve tan grande al lado de las demás. Y es que las comparaciones son odiosas.
El juego en cuestión usa una resolución VGA, 320x200 píxeles a 256 colores. Se puede pensar que es algo paupérrimo, sobre todo si se compara con los actuales, pero gana mucho ya que el interfaz no es el consabido SCUMM sino que se establece uno nuevo basado en una especie de aro de fuego con calavera, mano y bota (predecesor de la moneda de The Curse of Monkey Island) que nos sirve para todo. Es decir, se acabaron los comandos usar, empujar y demás que tapaban parte de la pantalla, consiguiendo de ese modo una mayor fluidez en las acciones, para dotar de dinamismo a un juego que lo pedía a gritos desde el principio.
Los diferentes escenarios están bien detallados, recreando con acierto esos terrenos de la América profunda, perdidos por tierra de nadie. No en vano el diseñador jefe de fondos era Peter Chan, quien ya hizo un gran trabajo en la secuela de Maniac Mansion. Las distintas animaciones fueron llevadas a cabo por un grupo dirigido por Larry Ahern y también hay espacio para los modeladores, esos tan de moda, si se me permite el juego de palabras, hoy en día, pues los distintos vehículos están hechos en 3D pre-renderizado, técnica que también se aplicaría para el siguiente proyecto de la compañía californiana: The Dig. Sin embargo, estamos ante un juego 2D en toda regla, y quizá uno de los mejores en cuestiones de calidad visual.
El gran acierto del juego es el sonido. Los efectos recrean el típico ambiente desértico de estos parajes. Las voces fueron dobladas por viejos conocidos en el mundo de los videojuegos, y del cine, como Mark Hammill (que dobla también a Mosley en Gabriel Knight: Sins of the Fathers) en el papel de Ripburger. Roy Conrad, fallecido varios años después, ponía el tono perfecto para la voz grave y casi gutural del protagonista de la historia. El juego está traducido, pero lamentablemente, o afortunadamente según para quién, no está doblado. Quizás mejor así que con un doblaje soso y sin ganas de los que, por desgracia, tenemos bastantes ejemplos.
Pero en realidad, si esta parte destaca es por la banda sonora. Las distintas sintonías, cortesía de Clint Bajakian, recrean el típico y peculiar ambiente desértico de estos parajes. Por si esto fuera poco, la banda de hard rock The Gone Jackals compuso varias canciones para el juego; sin letras todas, excepto el tema Legacy (que suena durante la introducción del juego), destacan las instrumentaciones de cosas como Let'er Rip o la música que ambienta el taller del tipo que hace esculturas. Gran elección la de estos muchachos.
El argumento no deja de ser simple, sí, pero llega un momento en la vida de todo aventurero en la que se plantea qué quiere jugar: aventuras que le entretengan y le hagan pasar un buen rato o aventuras creadas por iluminados para «dar que pensar» mediante su ingeniosa y revolucionaria historia. Algunos dirán que se podría haber indagado más en ese culto bizarro que son los Cavefish. Puede ser, pero controlamos a Ben, no a Indiana Jones. A Ben le importa bien poco la religión de estos seres y si esconden un artefacto con el que sueñan los modernos nazis. Él está ahí para lavar su nombre y el del dueño de la Corley, y para repartir un par de hostias por el camino, pero nada más.
Por otra parte, a lo largo de la historia vemos cierta evolución en la tosca idiosincrasia del líder de los Polecats. En un principio, su rutinario día a día se limita a recorrer las autopistas y a beber en tabernas de dudosa catadura moral hasta que Malcolm, dueño de Corley Motors, se cruza en su camino. Tras salir del contenedor, contempla cómo su banda va directa hacia una emboscada por lo que decide ir en su búsqueda. Tras varios ires y venires y de que Malcolm le revele cierto secreto concerniente a Maureen, la dura periodista de quién Ben queda prendado y que deshace la apariencia dura del personaje, además de los oscuros planes que guarda Ripburger para a Corley, se ve obligado a lograr algo más que la redención de su banda. Aún así, estos devaneos interiores de Ben son circulares. Cuando todo está acabado y resuelto, y justo cuando Mo, el apodo cariñoso de Maureen, le propone algo más que palabras, Ben desaparece y regresa a la anterior vida. Su vida.
Puede que haya gente a la que estos cambios en la corteza psicológica de Ben le parezcan irrisorios, pero al que suscribe le parecen más convincentes que los de alguien cuya vida cambia por completo y decide iniciar un viaje por vaya usted a saber qué aviesas intenciones, por poner tan sólo un ejemplo reconocible…
En lo que el juego adolece es en la cuestión de puzzles y desarrollo. De los primeros hay pocos y de cajón. Puzzles sacados del libro de estilo de LucasArts como el de los típicos tres objetos (soplete, horquillas y combustible en este caso) o el de distraer al vendedor de souvenirs con el coche para conseguir lindos y rosáceos conejitos a pilas para más tarde usarlos, de modo hilarante, en un campo de minas mientras suena la Cabalgata de las Valkirias cual si de un Apocalypse Now cunicular se tratase.
Esta escasez de puzzles da un buen ritmo al juego, ritmo que, lamentablemente, se ve ralentizado por las escenas arcade. Estas llegan a ser casi la mitad de los rompecabezas por lo que cortan, y de una forma considerable, la historia. Si esto no parece suficiente basta añadir que no es sólo que haya pocos puzzles sino que no cumplen con una de las premisas que LucasArts, de forma tan acertada, ha inculcado a sus aventuras: dificultad ajustada. Todo lo contrario, tienden a una resolución sencilla (al igual que pasase, por exceso esta vez, en Grim Fandango). Esto es, pocos puzzles y fáciles no destrozan el juego, pero lo agravan de una forma considerable.
Conclusión
Full Throttle es una gran aventura en comparación con las actuales y las de unos años hacia aquí, pero la sombra de las otra aventuras de LucasArts es muy grande y logra eclipsar a esta. Sin embargo, no todos los días encarnamos a un duro motero, y la música es ideal y perfecta y, en resumen, es un título ameno, divertido y agradable de jugar. Cabe apuntar que LucasArts intentó realizar una secuela de este título en dos ocasiones: la primera tuvo lugar en antes del desarrollo de The Curse of Monkey Island, en un conato de aventura llamado Full Throttle: Payback, dirigido por Larry Ahern, que al final se quedó en el arte conceptual de Bill Tiller. Por otra parte, Full Throttle: Hell on Wheels fue el sonado intento por parte de Sean Clark para continuar las aventuras de Ben y los Polecat, y fue cancelado en 2003.
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