Los excesos de la risa compulsiva
Título: Caos en Deponia (2012)
Desarrolladora: Daedalic Entertainment
Distribuidora: FX Interactive
Lanzamiento: 21 de marzo de 2013
Especificaciones (mínimo recomendado): Procesador Pentium IV a 2,5 GHz o superior | 2 GB de RAM | 4 GB de espacio en disco | Tarjeta gráfica de 256 MB (Nvidia Geforce 6600, AMD Radeon X700 o superior) | Tarjeta de sonido compatible con DirectX 9.0c | Windows XP (SP3), Vista (SP1) o 7
# Publicado el por Gaspar Ruiz
La solución puede no ser muy lógica de primeras —y seguir siendo algo enrevesada incluso cuando se ha hallado— o bien verse lastrada (como en el último de los ejemplos señalados) por las pobres —por limitadas— animaciones del juego, que llevan a que tengamos que imaginarnos, más que ver, lo que está sucediendo en momentos bastante más frecuentes de lo que desearíamos. El caso más paradigmático de este tic convertido en defecto es el de los ornitorrincos.
Bastantes veces, da la impresión de que Daedalic construye sus juegos en base a obsesiones concretas, fijándose en lo que otros han hecho con éxito. En Caos en Deponia, muestran una extrañísima querencia por los ornitorrincos, lo que podría tener gracia si no fuera, de nuevo, por la desmesura. El animal está presente en conversaciones, es parte de puzzles, de minijuegos, incluso se alza como clave estética. La primera ocasión en que se ve uno de los cuatro huevos de ornitorrinco que posteriormente conformarán un puzzle descabellado, se piensa, más por un comentario de Rufus que por otra razón particular, que se trata de un «huevo de Pascua», de un receptáculo a conseguir para desbloquear algún secreto. Esta impresión queda confirmada por el hecho de que existe en efecto un puzzle (en su acepción más literal) en la sección de extras de la pantalla del título que podría prestarse perfectamente a ser desbloqueado pieza a pieza mediante estos «huevos de Pascua», al estilo de lo que hiciera Rare en su formidable Banjo-Kazooie para Nintendo 64. Pero de pronto, tras no pocos ir de acá para allá (facilitados esta vez por un mapa) descubrimos, con no poca estupefacción, que Daedalic sale por donde quiere: terminado el juego sin haber encontrado una sola pieza del puzzle, resulta que la única forma de ir descubriéndolas es pasar varias veces el puntero por partes totalmente arbitrarias de los decorados. Incentivo cero para la investigación, y para próximos extras de la compañía, y también en diversión, por mucho que la ocurrencia probablemente haya provocado sonoras carcajadas en Hamburgo, sede de la compañía. Además, la imagen que oculta este extra es abyecta, digna del nerd en su versión más cliché, al que parece esmerarse por agradar Daedalic, con todas sus referencias al rol de mesa, a los videojuegos, al humor de caspa y grasa.
Dejando de lado ese afán vergonzoso por buscar la carcajada fácil, se vislumbra una buena planificación general y una premeditada y nada peregrina reflexión de muchos de los puzzles. Hay, es verdad, prueba y error, de la que Daedalic vuelve a ser muy consciente (Rufus se ríe de ello: «el ensayo y error es para los mediocres»), lo que es prueba de que saben que desarrollan puzzles complicados que son incapaces de hacer comprensibles, por un simple problema explicativo o por esa manía por el todo vale que se ha mencionado ya en esta reseña. No obstante, cuando Daedalic quiere ponerse «clásica» regala puzzles encadenados de una gran pericia. El mejor, aquel en el que hay que convencer a las tres partes de Goal de que se sometan a una operación quirúrgica. El puzzle fluye, hay buenas pistas y, por contraste, más inspiración, aunque lo que sucede es que hay más lógica (interna), más claridad, más sentido común. De los minijuegos, ahora rejugables, se repite la misma letanía cansina habitual: nada aportan, saltan cuando menos se esperan, si bien ya empieza uno a intuir cuándo van a incordiar, acostumbran a ser frustrantes y, lo más importante, no tienen nada de gracia. Como todo este Caos en Deponia en general.
La música de Periscope Studio, responsable de maravillas en The Whispered World, A New Beginning y The Dark Eye, por citar sólo algunos de los juegos de Daedalic (han hecho más músicas para el género: Black Mirror III o La ciudad perdida de Zerzura) ya no suena tan repetitiva: cada escenario tiene, o da la impresión de tener, un tema que le acompaña. Escenarios que, por cierto, abundan en colorido y en detalles pero no así en interacción; están un tanto más vacíos que en el anterior Deponia: en ciertos tramos, hasta recuerdan a muchos de los bellísimos parajes de The Dark Eye por esa misma circunstancia. La razón quizás haya que verla en el intento por facilitarle y no agobiarle la vida al jugador, ese sujeto.
Por lo demás, hay muchísima cháchara en las conversaciones de Caos en Deponia. El juego tarda mucho en despegar, tras largas explicaciones y escasos momentos interactivos. Muchos de los diálogos dan la imagen de ser necesarios, útiles, cuando no son más que meros chistes. Hay momentos en que a largas conversaciones le sigue una solitaria, casi anecdótica acción interactiva. La trama es disparatada, cambia de chaqueta una y otra vez, se reanuda de manera abrupta, drástica, como quiere tras los interludios del músico pesado y soso y, como en lo demás, hace que nos sonrojemos sin pudor cuando presenta a personajes categóricamente estúpidos (lo del carisma es algo que se desconoce en este páramo) como Donna o situaciones como la de los delfines torpederos.
Conclusión
Se puede ser gracioso con muy poco, bien por ingenio, talento natural o modestia, y cuando se intenta serlo con mucho, hay que calibrar bien lo que se hace. Mucho puede ser sinónimo de exceso, de empacho y, aplicado al humor, de bochorno, escarnio, vergüenza ajena. Defectos que, lamentablemente, se tienen que imputar a una Daedalic a la que se echa verdaderamente de menos en su hábitat natural del drama y de la tragicomedia. Cuanto más intenta hacernos reír, más naufraga en su juego, hasta el punto de extralimitarse.
Mientras los chicos de Hamburgo no asuman que no están dotados para el humor, o que este humor es casi más particular que el de Pendulo (no es raro hallar desafortunadas concomitancias entre este Caos en Deponia y el Hollywood Monsters embrionario), sus diálogos seguirán siendo paja e interminable cháchara, su trama, pura ligereza bochornosa (¡como si por ser comedia sea ese su sino!), y sus minijuegos, una epidemia sin cura.
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