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Frustración a bordo

Título: Cruise for a Corpse (1991)

Desarrolladora: Delphine Software International

Distribuidora: Erbe Software

Lanzamiento: 1991

Especificaciones (mínimo recomendado): Procesador 286 o superior | 640 KB de memoria extendida | Tarjeta de vídeo EGA o VGA | Tarjeta de sonido compatible con SoundBlaster

# Publicado el por Gaspar Ruiz 2

Introducción

La francesa Delphine Software legó al videojuego una obra maestra del calado de Another World, aunque su paso por la aventura gráfica fue más bien irregular. Tres juegos (Future Wars, Operation Stealth y Cruise for a Corpse) fueron todo el balance que dejó tras de sí en el género. El último de ellos resultó el más desafortunado, quizá porque los esfuerzos de la compañía estaban centrados en el mencionado Another World, que se lanzó el mismo año.

La trama de Cruise for a Corpse bebe de algunas novelas de Agatha Christie, maestra de primer orden en los enigmas de «habitaciones cerradas» que enmarcan al título que nos ocupa, como Asesinato en el Orient Express o Muerte en el Nilo, libro éste del que llega a copiar tono general, investigador y pequeños detalles —tales como el estereotipo de los muertos o las motivaciones de su asesino— con una habilidad ciertamente mediocre.

La única referencia realmente sutil, si es que Cruise for a Corpse quiere, efectivamente, ocultar su parecido con su modelo, es la nomenclatura reservada al barco donde se ambientan los hechos, el Karaboudjan III; un nombre que remite al álbum de Tintín El cangrejo de las pinzas de oro. Guiño éste chovinista e inusitadamente divertido, por lo que tiene de mitómano, entre tanta aridez de ideas.

Argumento

Raoul Dusentier, prestigioso inspector de la Surète Nationale, es convocado a bordo del Karaboudjan III por mediación de su propietario, Niklos Karaboudjan, que le requiere para hacerse cargo de su protección tras recibir reiteradas, y cada vez más alarmantes, amenazas de muerte.

Nada más embarcarse, Karaboudjan es asesinado ante sus ojos por una figura embozada en lo que parece un traje salido de la Commedia dell’Arte. Antes de que pueda hacer nada para impedir el crimen, es noqueado con eficaz profesionalidad.

Al reponerse del golpe, horas más tarde, el crucero ya ha zarpado, el cadáver ha desaparecido y el tiempo corre en su contra: hay un asesino a bordo que se entremezcla entre el pasaje o la tripulación, y su deber es llevarlo ante la justicia cuando se tome tierra. Para ello las pruebas deben ser contundentes, y el móvil, inapelable.

Mientras se dispone a iniciar sus pesquisas, un par de preguntas bullen en la mente de Dusentier: ¿quién, de entre todos, tendría motivos más fuertes para matar a Niklos Karaboudjan? ¿Por qué? A la vez que se las formula, una certeza empieza a abrirse paso en su pensamiento: la posibilidad de que, quizás, su llamada respondiera a algo más que una rutinaria petición de auxilio…

Comentario

Con Cruise for a Corpse de poco sirven las excusas: si es un aburrimiento de tomo y lomo es por su mal diseño y su todavía peor guión. Como whodunit es un fracaso sin paliativos, porque los pilares sobre los que se debe cimentar todo misterio de estas características (a saber: sólidos personajes; trama atractiva; golpes de efecto) sencillamente se asientan sobre un molde muy frágil.

El libreto es en sí mismo un puro defecto. Abusa de un laconismo excesivo que en lugar de retratar a los personajes con una sola frase o incluso con una simple palabra, al estilo Hammett, los relega a la categoría de puros maniquíes aposentados en un lugar concreto. Si el fallo sólo se limitase a que éstos se queden quietos en el escenario se podría dispensar; no obstante, el estatismo afecta también a sus personalidades, en las que no puede encontrarse un minúsculo rastro de emoción, de empatía, de humanidad.

Los diálogos no se han cuidado en absoluto; casi se diría que se han redactado con enorme desgana. No basta con que Dusentier formule las mismas exactas preguntas a todos y cada uno de los sospechosos, hay que ir todavía más lejos: varios de los monigotes con los que se topa dan respuestas clónicas. Así pasa en ciertos momentos, como cuando se les pregunta a la amiga de la familia Suzanne Plum o a la hija del finado, Daphne, acerca de Rose, la atormentada esposa del abogado Tom Logan; como cuando la desconsolada viuda Rebecca Karaboudjan o el letrado hablan de la anciana tía millonaria del muerto, Agnes; o como cuando se intenta sonsacar a más de uno sobre los negocios nada transparentes de Tom. Serios arranques de pereza del guionista.

A partir de esta desidia surgen calamitosos e inaceptables errores. Algunos en las conversaciones, otros en las descripciones, a medio camino entre lo parco y lo paupérrimo. Ejemplos que ilustren esta carencia de entusiasmo no faltan: al observar unos cubiertos, Dusentier suelta un «cubiertos» de la misma manera en que Arquímedes debió de proferir su ya legendario «¡Eureka!»; ante una almohada, no duda en redundar en lo obvio, es decir, que es, efectivamente y por si nadie quería creérselo, una «almohada»; finalmente, al coger una carta el detective comenta: «Vale, coges la carta». Y así sucesivamente: estos ejemplos son aleatorios pero representativos. En una temática en la que la inmersión con el ambiente y con la situación es crucial, ¿no habría sido mucho pedir un mayor esfuerzo narrativo?

No obstante, lo mejor está todavía por llegar: tan torpe es la redacción que las contradicciones en los datos, o la incertidumbre sobre la esquizofrenia del personaje principal, cobran cuerpo categóricamente. El padre Fabiani le grita a Dusentier, tras permitirle el acceso a su estancia: «Dime, pequeño tunante, ¿quién te dio permiso para venir a mi camarote? ¡Fuera de aquí!» (el tono es muy inquietante, máxime cuando el objeto de la furia del sacerdote es un ex policía en misión oficial). Sobre la muerte de Agnes se dan versiones tan alejadas que son antagónicas: Fabiani recuerda que «murió hace tres meses»; Rebecca, con quien convivió durante sus últimas semanas de vida, no titubea al asegurar que fue hace «uno»; Suzanne Plum, estrechamente ligada a la dama, no se pone de acuerdo con su declaración, como debería hacer, por lo que responde que «murió no hace ni dos meses». Si las contradicciones estuvieran justificadas por el trasfondo de estos personajes, podrían pasar por mentiras y tener sentido de cara a la trama. Al no ser así, se convierten en un profundo sinsentido más. ¿Quién miente, por lo tanto? Seguramente el descuidado guionista.

Entre el exasperante laconismo, y la notable ausencia de talento, la solución que se ofrece al misterio podría ser tan válida como cualquier otra. El título se anima conforme se va llegando al final, momento en el que los guionistas por fin, y no por casualidad, tienen verdadero control sobre lo que acontece, de forma que todas las acciones y hechos anteriores dan la impresión de haber sido una completa pérdida de tiempo.

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Cruise for a Corpse

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