Introducción

Benoît Sokal y su Syberia consiguieron hace un año y pico demostrar que el sambenito de la aventura, eso de que no vende y de que no gusta, era una falacia malintencionada de directivos que tienen una visión de mercado muy limitada. Recibió también la alabanza casi unánime de los medios especializados, premios varios y muchos agasajos del calibre de «este es el futuro de la aventura», con una idea interesante para una aventura gráfica: el viaje físico y emocional de una mujer que, con la excusa de buscar al heredero de una fábrica que quiere comprar, acaba huyendo de sí misma y de su propia vida.

Por desgracia, ahí, y en algún detalle estético, se acababan las virtudes de Syberia. Los largos paseos por escenarios vacíos que piden a gritos la opinión de la protagonista, el sentido estético que, pese a empezar interesante, terminaba aburriendo, la pedantería chusca que destilaban muchos de sus elementos, lo mal llevados que estaban los diálogos y, sobre todo, una mecánica de puzzles aburrida lograban que, más que interesarte por el presente, el pasado y el futuro de la protagonista, te tomaras la parte jugable como entorpecimiento de una historia que se perdía en excesos melodramáticos. Es curioso que hubiera mucho redactor que alabó justo eso: que no tuviese puzzles, que fuese prácticamente contemplativa; incluso pueden encontrarse en Internet «estudios» sobre el simbolismo de Syberia, como si fuese una historia mucho más profunda de lo que quisiera ser.

En realidad, el propio juego era una excusa para desarrollar el clásico argumento de viaje iniciático (y melancólico, claro), y lo único que conseguía de verdad era mostrarte a esa protagonista que huye de su mundo real (arquetípico, mal parodiado, exagerado, pero su mundo real) para perderse en un viaje que no tiene nada que ver con ella y que no se sabe adónde la va a llevar. Syberia terminaba así, con la elección de Kate Walker de liarse la manta a la cabeza y terminar el viaje, le llevara adonde le llevara; un final que bien podría ser una conclusión válida (lo de menos, insistimos, era el viaje físico). La pregunta que nos hacíamos acerca de Syberia II era qué quedaba por contar, y si Sokal y su gente tendrían alguna intención de mejorar la primera parte. Sorprendentemente, la respuesta a ambas preguntas es afirmativa.

Argumento

Kate Walker está ya perdida por completo en lejanos territorios paneuropeos. Su viaje a una tierra prometida, acompañando al gravemente enfermo Hans Voralberg, la ha alejado de todo lo que le unía a su familia y a sus amigos, y con determinación decide cumplir el sueño de Hans, cueste lo que cueste. Al mismo tiempo, su jefe y varios compañeros de trabajo quieren recuperar a la valiosa Walker, y no escatiman medios para hacerlo. El viaje, como es lógico, no es directo ni sencillo: aún queda atravesar muchos pueblos y paisajes helados, conocer a muchos más personajes pintorescos y hacerse un par de enemigos que pondrán en peligro la misión de forma indirecta y quizá también la vida de nuestra protagonista.

El viaje, además, debe ser lo más raudo posible: es indispensable que Voralberg vea Syberia antes de morir. Así, Kate Walker volverá a meterse en una historia que no tiene mucho que ver con ella, sólo por ver cumplido el capricho de un anciano.

Comentario

Syberia II comienza de una forma no muy distinta a la primera parte: una escena de vídeo muestra cómo el tren de Voralberg se interna en territorios cada vez más helados mientras que en paralelo se ve a los compañeros abogados de Kate Walker haciendo todo lo posible por recuperarla. Se nota cierta mejora en la narración: los interludios son del todo cinematográficos, con transiciones entre las historias llevadas de forma magistral. Aún así, son interludios, y lo que importa es el juego.

Cuando el tren llega a la primera estación, uno se echa a temblar: bajas y tienes que darle cuerda, ese puzzle que uno repetía media docena de veces durante el primer Syberia. Pero al hablar con los personajes te das cuenta de que algo ha cambiado: Kate Walker es más despierta, tiene sentido del humor; Oscar ya cuenta con cierto parecido a un irónico mayordomo inglés. La interfaz de los diálogos ha cambiado, y aunque las conversaciones son más extensas, no tienen tanta paja y se eliminan los temas agotados. También se perciben mejoras gráficas, y los movimientos de la protagonista son bastante más fluidos. Pasea, pero le cuesta menos bajar escaleras.

Y por fin llega la sorpresa: te encuentras con puzzles. Pero de los de verdad. Nada de «vete a la otra punta del área a sellar este papel», no, sino cosas más parecidas al puzzle de las esclusas del primer juego, quizá el único más o menos brillante que tenía. A partir de aquí sigue otra serie de sorpresas que hace que Syberia II, aunque es una continuación clara y explícita, resulte bastante distinto a nivel de entretenimiento.

Syberia II posee una estética alucinante. Si bien la primera parte sorprendía al principio, los escenarios industriales o los del hotel estaban vacíos, muertos, se asemejaban a postales. Esta secuela evita esa sensación durante gran parte del juego gracias a los cientos de detalles que adornan las pantallas. No sólo son pájaros que vuelan de fondo, es que los escenarios están poblados, vivos: ardillas, pingüinos, más pájaros, gente, nieve, agua. Todo envuelve a Kate Walker mientras pasea por ese mundo de fantasía en el que persigue un sueño que no va con ella.

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