Tres no fueron multitud
Título: The Curse of Monkey Island (1997)
Desarrolladora: LucasArts
Distribuidora: Activision, Erbe Software, Electronic Arts
Lanzamiento: 1 de noviembre de 1997/Reedición el 12 de Mayo de 2006
Especificaciones (mínimo recomendado): Windows 95/98 - Pentium a 100 Mhz. - 16 MB. de RAM - Unidad de CD 4x - Tarjeta de sonido compatible con SoundBlaster - 4 MB. de espacio libre - Ratón
# Publicado el por Marcos Carrascal
Pero el escrito que da vida al juego funciona sin deficiencias mayores y no nos aleja del mundo de piratas de baja fibra moral (injustificable ausencia, dicho sea de paso) que se abre entre las aguas cristalinas del archipiélago lucasiano. El otrora fantasma, más tarde zombi, ahora pirata demonio LeChuck vuelve a convertirse en un cruel y a la vez patán enemigo total para nuestro protagonista, sin caducar en carisma ni talento. Chistes ocurrentes y situaciones cómicas con sello de la casa son frecuentes (como el momento en que Guybrush es engullido por una serpiente y encuentra inverosímiles objetos en el vientre de ésta), lo que en ocasiones ayuda a recordar la categoría de la saga. A pesar, no sobra decirlo, del atropellado final, que en cierta manera golpea el ritmo al que nos acostumbra la aventura desde su comienzo, debido a la falta de la financiación necesaria en el último momento y a la necesidad de no dilatar el plazo de salida previsto.
La ambientación en The Curse of Monkey Island evoca la ternura y armonía en colores y trazos de LeChuck’s Revenge en el jugador que explora Puerto Pollo o la Isla Blood. Un espectáculo visual que confirma lo fructífero de las fuertes inversiones que la compañía hizo para el desarrollo del juego. Y un verdadero prodigio, teniendo en cuenta que a pesar de los avances técnicos, aún se mantenía una paleta cromática de 256 colores: disfrutar del trabajo del equipo de Bill Tiller, que aparenta una gama de colores objetivamente superior, resulta aún más sorprendente.
La dinámica de interacción sigue la línea marcada por la primera entrega, obligando a Guybrush a reclutar una tripulación y lanzarse a la aventura, en busca esta vez de una cura para la maldición de su Elaine. Un personaje que gana algo de peso en minutos de aparición, sin abandonar, a pesar de ello, su papel de particular Dulcinea del Toboso para esta suerte de caballero andante sin cordura. La búsqueda de objetos, rara vez difíciles de encontrar y conseguir, la conversación con los personajes del escenario y la resolución de puzzles ingeniosos y rocambolescos pero con su justa medida de lógica son los pilares básicos del juego. La historia irá sucediendo de forma fluida, salpicando la travesía con joyitas del género de incontestable altura, como la búsqueda en Isla Blood del anillo de diamante que podrá deshacer la maldición, jalonada de puzzles coherentes, dinámicos, gratificantes, que implican interacción con el entorno y combinación de objetos. Una muestra magistral de buen hilado y estampado que merece un lugar de honor en la galería de momentos ilustres del mundo de la aventura gráfica.
Nos encontramos también con una innovación superflua y hasta molesta (por suerte, evitable si somos astutos) y con una característica que esta tercera entrega rescata del Monkey Island original. La primera, el combate naval con los barcos, es una invención a la que sólo muy tímidamente se podría calificar de puzzle, de mecánica burda y repetitiva. La segunda, la lucha de insultos, ha pasado por la misma lógica que el resto del guión: pérdida de calidad, aquí traducida en una menor acidez y una mordacidad menos certera. Sustituyendo a los elaborados e hilarantes insultos del primer juego hallamos líneas menos trabajadas pero afiladas todas con una rima final que suple, a su manera, tal cambio. En todo caso, quien aprecie sin escrúpulos la calidad de un puzzle habrá de determinar que la renovada lucha de insultos constituye un ejemplo bordado de desafío de ingenio con armadura humorística.
El resultado de todo ello está batido con dos emulsionantes poderosos: una banda sonora que nos hace dudar en algún momento de si no es una orquesta quien la interpreta y unas escenas de vídeo obtenidas gracias a un visible esfuerzo técnico y artístico. Destaca sobre todo la primera, fruto de la creatividad de un Michael Land desbordante que logra su mejor composición: delicada y brillante, una expresión del caché que puede alcanzar la música sintetizada. Anecdótica resulta la desaparición, en las versiones internacionales, del número musical A Pirate I Was Meant to Be, interpretado por la tripulación barbera de Guybrush, debida a las dificultades que planteaba la adecuación de la escena en los diferentes idiomas.
Conclusión
The Curse of Monkey Island es, efectivamente, un juego sobresaliente. Una aventura gráfica sólida, perfectamente incardinada en la lógica de la saga que le da razón de ser, en la que se aprecia la profesionalidad con que trabajaba el extinto equipo aventurero de LucasArts con pinceladas de genialidad y algún que otro excusable error de adaptación. Precisamente estos últimos y la menor presencia de aquellas primeras impiden a Monkey Island 3 alzarse con la cualidad de números uno de sus predecesoras. Pero eso no es impedimento para disfrutarla y reconocerle sus méritos, y apreciar, más aún hoy, con la aparición de las nuevas entregas de la saga, que las letras doradas con que cualquier medio tiene la obligación de escribir Monkey Island son deudoras también, en su medida, de este tercer capítulo de la serie más simiesca del mercado del videojuego.
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