Música insustancial y repetitiva acompañará al pizzero en su tortuosa travesía, sin que nuestros oídos le presten mayor atención. No así el doblaje, que, superando la calidad general del producto, está realizado con cierto esmero, a pesar de que ciertas cuñas —negativas del protagonista, generalmente—, y la triste redacción de los diálogos, puedan llegar a irritarnos.

Lo único que, quizás, pueda hacer que Bud Tucker parezca más llevadero a algunos, o más probablemente, por completo imperdonable a otros, es su nula dificultad. Al juego le es ajeno el más elemental significado de puzzle —lo más difícil que haremos será toparnos en cierto momento con una contraseña que, debido a un error de traducción, no hallaremos en el juego y tendremos que buscar en la solución—, y las pocas veces que, para seguir con el desarrollo, nos sea necesario hacer algo más que hablar con los personajes o recolectar objetos para darles un uso evidente, el juego nos exija algo de esfuerzo intelectual, podremos resolver la situación acudiendo a los tópicos, ya manidos, que otras aventuras más dignas se han encargado de grabar en nuestro inconsciente (¿a quién no se le ocurriría juntar una rama, una cuerda y un imperdible, todo ello conseguido sin más esfuerzo que el de encontrarlo en la pantalla, para hacer la caña que nos pide el señor pescador?). Por si fueran pocas las razones dadas hasta el momento para no prestarle a este título el menor apego, Bud Tucker cuenta con profundas deficiencias que entorpecerán aún más el transcurso: hasta que avancemos en un sentido determinado (por ejemplo, consiguiendo un objeto necesario), las conversaciones con los personajes serán idénticas de principio a final, llevándonos en ocasiones por molestos derroteros que no aportan nada al juego. A ésta característica hay que sumarle que el juego no cuenta con una tecla o combinación para esquivar los diálogos, haciendo desesperantes los momentos de ofuscación —escasos, por otro lado—, en los que tengamos que repetir ciertas acciones. Aunque no nos pasará a menudo —por la tosquedad y el tamaño exagerado de los fondos—, también resulta incómodo, cuando media un error o un descuido del ratón, el que una vez que seleccionemos una salida a otro sitio, no podamos cancelar la acción y tengamos que regresar por donde hayamos venido para continuar. Errores que quizás pudiéramos perdonar en otros juegos, pero que combinados con los lastres ya expuestos consiguen que jugar a Bud Tucker se convierta en una tarea tediosa y muy poco gratificante.

Enfocado a un público infantil, Bud Tucker podría incluso haber sido una simpática aventura preescolar, posibilidad que desaparece cuando encontramos, sin que resulte agradable, intentos de chistes verdes que nos pueden hacer enrojecer de vergüenza incluso en la solitaria compañía del monitor. Porque, en la línea del resto de elementos, el pretendido humor del juego falla por completo, consiguiendo que se nos tuerza el gesto más de una vez cuando, abrumados ya por la triste experiencia de mover al poco carismático monigote por la pantalla, descubramos que los diseñadores quisieron regalarnos con una dosis de su genial inventiva. Y esto contribuye notablemente a que un guión estúpido, doloroso por momentos, y que transmite la sensación de haber sido confeccionado con desgana —casi por obligación—, nos recuerde, a través de su defectuoso aspecto formal, que Bud Tucker sí merece un lugar de honor en el ranking de la aventura gráfica: el de ser, como pocos en la historia del género, un producto único por bochornoso e infame que hace aguas desde todos los ángulos.

Conclusión

De todo lo dicho hasta el momento el lector extraerá que no pasa mucho tiempo entre que instalamos Bud Tucker y resolvemos eliminarlo. Desde luego, el jugador exigente no dudará mucho en invertir su tiempo en divertimentos mejor construidos. Bud Tucker in Double Trouble es, en jerga coloquial, un petardo. Más concretamente, es un juego que trató de aprovecharse de los esquemas triunfantes de un género que por entonces gozaba del cariño de los usuarios y del patronazgo del mercado sin siquiera acercarse a conseguirlo. Quienes decidan jugar a él comprobarán que lo que, a primera vista, podía asemejarse a una aventura gráfica de calidad media y con cierto grado de respetabilidad, se hunde en la mediocridad y nos enfada a medida que decidimos —después de dudar seriamente— continuar con el juego.

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